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lunes, 5 de noviembre de 2018

La Carta.

Mi viaje en busca del terror había resultado un éxito. Asistir a sesiones de macumba en Brasil, ceremonias de vudú en Haití, la noche de muertos en México o una sesión de espiritismo en Nueva Orleans habían hecho de mí una persona nueva, un hombre vacunado contra el miedo.
El taxi me trasladó desde el aeropuerto hasta mi domicilio mientras en mi mano acariciaba la cabeza reducida de un guerrero jíbaro que había comprado en Ecuador y sacado ilegalmente del país.
Cuando el vehículo se detiene recorro los últimos metros que me faltan hasta llegar a mi domicilio. Hace frío y una desagradable llovizna incrementa esta sensación. Abro el portal y antes de subir la escalera para acceder a mi  vivienda, me fijo en el buzón que parece contener un sobre.
Encuentro el llavero escondido entre la larga melena de la cabeza reducida que descansa en el bolsillo de mi gabán y selecciono la más pequeña de las llaves. Abro la portezuela metálica y nada más ver el remitente de la misiva, el miedo se apodera de mí.
Con mano temblorosa, con un terror indescriptible, sintiendo como mis piernas flaquean mientras perlas de sudor frío cubren mi frente, guardo la carta certificada de Hacienda, en el bolsillo, junto al llavero. La cabeza del guerrero jíbaro parece sonreírme desde el Más Allá.

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