19 de agosto. Hace tan solo unos
meses pensaba, que en este día, estaría de vacaciones. Pensaba que tal vez
estuviera haciendo esas reformas que estoy aplazando. O tal vez me habría ido
unos días a la playa, a coger colorcito y alegrarme la vista. O seguramente
estuviera ganduleando en casa.
Me conozco, esa opción tenía muchas posibilidades…
De lo que yo estaba seguro, hace tan solo unos meses, es
que estaría tranquilo, sin más preocupación, que descansar del trabajo,
haciendo lo que me viniera en gana.
Pero no es así. Mis planes se
fueron al garete el 30 de abril a las seis y media de la tarde. Cuando al
llegar a la nave, tras el reparto del día, me encontré con la noticia de que no
me iban a renovar el contrato y esos eran mis últimos minutos como trabajador,
mis últimos minutos de tranquilidad.
Pasados los primeros minutos de
shock. Al llegar a casa, vi como se me caía todo encima. Vi como una montaña de
recibos de hipoteca, luz, agua, seguros y otros gastos, se me caían literalmente
encima. Vi como esos pocos meses que me quedaban de paro pasaban rápidamente. Y me vi tirando
de ahorros. Vi como el saldo de mi cuenta descendía a gran velocidad, hasta
agotarse. Entonces, llegaría el momento más temido. El momento de no poder hacer frente al pago de la hipoteca.
Me vi a mi mismo de protagonista, de esas tristes imágenes
de los telediarios. En las que la policía, arranca a la gente de la que hasta
ese momento, había sido su hogar.
Espero no
llegar a ese final. Sin embargo, a lo que si he llegado hoy, día 19 de agosto,
es a mi último día de paro. Ahora, me esperan los 6 meses de ayuda,
cuatrocientos y pocos euros. Que no dan para cubrir gastos. Toca empezar a
tirar de ahorros. Pero los ahorros son un bote salvavidas, en el que entra el
agua, a la misma velocidad que baja el saldo de la cuenta corriente.
Si no
llega el esperado rescate en forma de un trabajo, el final real si será el final de mis peores pensamientos.
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